TRANSMUTAR EL PASADO
Todos estamos heridos, en mayor o menor medida.
Todos hemos herido, mucho o poco.
Si aceptamos esos hechos, podemos sanarlos y también sus causas y consecuencias, sanándonos.
¿Pero acaso, podríamos lograr “no haber sido heridos”?
Hay un ejercicio muy poderoso de Programación Neurolingüística, el Cambio de Historia, que nos permite tener una infancia feliz.
Sí, desde ahora, retrocediendo hasta el momento anterior al trauma, buscando y aplicando nuestros recursos a lo largo de nuestra vida, lo que hubiéramos necesitado para atravesar el momento de la mejor manera posible, y anclando esos recursos en cada momento de la vida en que nos hicieron falta.
Pero hay un ejercicio más poderoso todavía: cambiar el pasado, imaginarlo distinto, no solamente con los recursos, si no además transmutarlo, conservando el aprendizaje original.
¿Cómo es esto posible?
Porque el cerebro aprende y obedece.
Cuando tenemos un pensamiento recurrente, o un suceso muy asentado y arraigado, el cerebro repite las mismas conexiones neuronales, fijándolas, reafirmando y recreando el pensamiento o recuerdo una y otra vez, creando metafóricamente un surco donde caemos recurrentemente.
Tanto que podemos llegar a ejecutar los procesos que nos llevaron a padecer y a sentir la impresión inicial en forma persistente, repitiendo el error o permitiendo circunstancias dolorosas sin que nos demos cuenta.
Se siguen produciendo incluso cuando ya no hay nada exterior a nosotros mismos que nos produzca ese padecimiento.
Miramos persistentemente la misma película vieja y gastada, que vuelve a producirnos el mismo dolor, enojo, disgusto o miedo. Que nos atrae toda clase de limitaciones y frustraciones.
Pero sí es posible y de hecho sucede con frecuencia, que al actuar como si el hecho siguiera sucediendo, nos transformamos en eso, lo replicamos, producimos las circunstancias para que vuelva a suceder. La vida y el entorno se transforman en eso: miedo, trauma, enojo o dificultad, por lo tanto atraemos cada vez más de “eso” que decimos no querer pero que nos negamos a soltar. Lo atraemos por magnetismo: en el plano sutil los iguales se atraen y se aglutinan.
Es importante que tengamos claro que no repetimos este proceso hasta el cansancio porque somos masoquistas o crueles. Podríamos llamarlo ignorancia, yo prefiero llamarlo inocencia.
Nunca se nos ocurrió o nadie nos dijo que una vez aprendida la lección podemos dejar de lado la circunstancia “herramienta” que nos proveyó el conocimiento, experiencia, compensación de karma.
Soltar los acontecimientos del pasado equivale a soltar una parte de nosotros mismos, y eso produce vértigo, desazón, temor, muchas veces inconciente pero tal vez por eso mismo más poderoso.
Soltar la persona que fuimos, que sufrió, que hizo sufrir, que se equivocó o permitió cosas que no debería haber permitido, equivale a una pequeña muerte, en forma literal.
Esa persona que fuimos ya no será nunca más la misma, liberamos de nosotros todas las energías asociadas con ese dolor, trauma, enojo, etc., y dejamos un vacío.
Vacío que se siente desolador hasta que nos llenamos con más de nuestra propia energía más limpia, más sana, más pura. Más maleable a la luz de nuestra nueva conciencia, la que nos dice que ya aprendimos de eso y que tomando lo aprendido podemos emprender un nuevo camino hacia nosotros mismos.
Eso es muerte y reencarnación en la misma vida.
Algunos atraviesan ese proceso una o más veces a lo largo de esta misma vida, luego de un accidente o enfermedad, la pérdida de un ser querido, un disgusto muy profundo, o un evento trascendental que también puede ser positivo.
Es un proceso natural aunque creamos que no nos damos cuenta. Basta preguntarle a alguien si cree que sigue siendo la misma persona que era hace un tiempo atrás, o la que era antes de que aconteciera el suceso que le cambió la vida, y seguramente se dará cuenta de que es mucho más que un cambio de costumbres o de forma de pensar: la persona se siente realmente como si fuera otra, aunque sus recuerdos permanezcan.
La buena noticia es que ese proceso se puede llevar a cabo en forma voluntaria, consciente, armoniosa, sin necesidad de atravesar otra vez el dolor ni revivir el trauma.
Creamos nuestra realidad con nuestros pensamientos, estamos cada vez más aceptando y comprendiendo esta porción de sabiduría. La emitimos, la proyectamos como un holograma, hecho de nuestras propias vivencias y de las vivencias del entorno.
Vivimos en esa realidad atrayendo personas y circunstancias que nos convencen y reafirman que nuestra creación es real y la única posible.
No podemos cambiar a los demás, pero cambiándonos a nosotros mismos empezamos a proyectar y reflejar otra cosa, porque estaremos pensando un mundo diferente.
(Continuará)
Si sentís emprender este cambio o si resuena en tu corazón, no dudes en consultarme.
Patricia Leone.
Master en Programación Neurolingüística.
Reiki Master Usui y Karuna.
Terapeuta floral.
Canalizadora/Lectora de Registros Akáshicos.
leonep@fibertel.com.ar
4903 0676
Todos hemos herido, mucho o poco.
Si aceptamos esos hechos, podemos sanarlos y también sus causas y consecuencias, sanándonos.
¿Pero acaso, podríamos lograr “no haber sido heridos”?
Hay un ejercicio muy poderoso de Programación Neurolingüística, el Cambio de Historia, que nos permite tener una infancia feliz.
Sí, desde ahora, retrocediendo hasta el momento anterior al trauma, buscando y aplicando nuestros recursos a lo largo de nuestra vida, lo que hubiéramos necesitado para atravesar el momento de la mejor manera posible, y anclando esos recursos en cada momento de la vida en que nos hicieron falta.
Pero hay un ejercicio más poderoso todavía: cambiar el pasado, imaginarlo distinto, no solamente con los recursos, si no además transmutarlo, conservando el aprendizaje original.
¿Cómo es esto posible?
Porque el cerebro aprende y obedece.
Cuando tenemos un pensamiento recurrente, o un suceso muy asentado y arraigado, el cerebro repite las mismas conexiones neuronales, fijándolas, reafirmando y recreando el pensamiento o recuerdo una y otra vez, creando metafóricamente un surco donde caemos recurrentemente.
Tanto que podemos llegar a ejecutar los procesos que nos llevaron a padecer y a sentir la impresión inicial en forma persistente, repitiendo el error o permitiendo circunstancias dolorosas sin que nos demos cuenta.
Se siguen produciendo incluso cuando ya no hay nada exterior a nosotros mismos que nos produzca ese padecimiento.
Miramos persistentemente la misma película vieja y gastada, que vuelve a producirnos el mismo dolor, enojo, disgusto o miedo. Que nos atrae toda clase de limitaciones y frustraciones.
Pero sí es posible y de hecho sucede con frecuencia, que al actuar como si el hecho siguiera sucediendo, nos transformamos en eso, lo replicamos, producimos las circunstancias para que vuelva a suceder. La vida y el entorno se transforman en eso: miedo, trauma, enojo o dificultad, por lo tanto atraemos cada vez más de “eso” que decimos no querer pero que nos negamos a soltar. Lo atraemos por magnetismo: en el plano sutil los iguales se atraen y se aglutinan.
Es importante que tengamos claro que no repetimos este proceso hasta el cansancio porque somos masoquistas o crueles. Podríamos llamarlo ignorancia, yo prefiero llamarlo inocencia.
Nunca se nos ocurrió o nadie nos dijo que una vez aprendida la lección podemos dejar de lado la circunstancia “herramienta” que nos proveyó el conocimiento, experiencia, compensación de karma.
Soltar los acontecimientos del pasado equivale a soltar una parte de nosotros mismos, y eso produce vértigo, desazón, temor, muchas veces inconciente pero tal vez por eso mismo más poderoso.
Soltar la persona que fuimos, que sufrió, que hizo sufrir, que se equivocó o permitió cosas que no debería haber permitido, equivale a una pequeña muerte, en forma literal.
Esa persona que fuimos ya no será nunca más la misma, liberamos de nosotros todas las energías asociadas con ese dolor, trauma, enojo, etc., y dejamos un vacío.
Vacío que se siente desolador hasta que nos llenamos con más de nuestra propia energía más limpia, más sana, más pura. Más maleable a la luz de nuestra nueva conciencia, la que nos dice que ya aprendimos de eso y que tomando lo aprendido podemos emprender un nuevo camino hacia nosotros mismos.
Eso es muerte y reencarnación en la misma vida.
Algunos atraviesan ese proceso una o más veces a lo largo de esta misma vida, luego de un accidente o enfermedad, la pérdida de un ser querido, un disgusto muy profundo, o un evento trascendental que también puede ser positivo.
Es un proceso natural aunque creamos que no nos damos cuenta. Basta preguntarle a alguien si cree que sigue siendo la misma persona que era hace un tiempo atrás, o la que era antes de que aconteciera el suceso que le cambió la vida, y seguramente se dará cuenta de que es mucho más que un cambio de costumbres o de forma de pensar: la persona se siente realmente como si fuera otra, aunque sus recuerdos permanezcan.
La buena noticia es que ese proceso se puede llevar a cabo en forma voluntaria, consciente, armoniosa, sin necesidad de atravesar otra vez el dolor ni revivir el trauma.
Creamos nuestra realidad con nuestros pensamientos, estamos cada vez más aceptando y comprendiendo esta porción de sabiduría. La emitimos, la proyectamos como un holograma, hecho de nuestras propias vivencias y de las vivencias del entorno.
Vivimos en esa realidad atrayendo personas y circunstancias que nos convencen y reafirman que nuestra creación es real y la única posible.
No podemos cambiar a los demás, pero cambiándonos a nosotros mismos empezamos a proyectar y reflejar otra cosa, porque estaremos pensando un mundo diferente.
(Continuará)
Si sentís emprender este cambio o si resuena en tu corazón, no dudes en consultarme.
Patricia Leone.
Master en Programación Neurolingüística.
Reiki Master Usui y Karuna.
Terapeuta floral.
Canalizadora/Lectora de Registros Akáshicos.
leonep@fibertel.com.ar
4903 0676
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